Me aferro a las luces de un sol humedecido
que se consume lento, tan melancólico,
en esta tarde extinta de agosto,
en este agosto extinto de ti.
Sin embargo, sé que son tinieblas
a las que me aferro sin razón
para escuchar aquel sordo latido
resonar en el pecho
como gota de agua
dentro de un sepulcro frío.
Y es que contigo se durmió mi primavera
y se hizo eterna,
como tu risa
que es brisa de alborada sobre lirios
remontando las verapaces.
Eterna, como tu voz
que es eco en la selva y se oculta tras el margay
para no romper la melodía del misterio
que suena a quedo vals entre las alas de un ave
surcando una inmóvil pupila.
Aún después de los años
reptan tersas memorias
por las paredes ensombrecidas
de esta torre del recuerdo,
y los dragones cautivos en mi boca
se calcinan con las palabras
al pronunciar tu nombre.
Vuelven con el ocaso
tus besos de pétalos dormidos
y traen silencios envueltos en velos
de un tibio mustio;
son testimonio de algo vivo que fue,
y que ahora es ya tan irreal
como un unicornio azul,
o como el tiempo sollozando entre la niebla.
Mas asomará el día que vaya a ti, mi cielo,
-no puedo tardar mucho-
y caeremos en sumiso vuelo,
como caen las jacarandas en marzo,
hasta el centro de tu luz
para ser, a la postre, un sólo fulgor en el infinito
y habitar un bosque, una estrella,
o las barbas de Dios, da igual…
A tu vera, la nada será inmortal.
© Lissette Flores López. Derechos Reservados.