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"Y vuelves a atrapar mi tristeza para esconderla en tu bolsillo, para alejarla de mí. De nuevo has sembrado el jardín de mis pesadillas con nuevos sueños, con otras esperanzas. Y yo sigo llena de amor por todo aquello que te pertenece, llena de celos por todo lo que te roza y me quita un trocito de ti. Y tú sigues aquí, entregándome la vida en cada suspiro, suplicando por mis besos sin saber que ni siquiera tienes que pedirlos, porque son tuyos, porque yo ya no soy mía, sino tuya”.
Diálogo de Meryl Streep en "Los Puentes de Madison"
Llegaste llamando bajo a la puerta. No traías promesas en los bolsillos ni una nueva vida para venderme, únicamente te presentante con un puñado de ilusiones y un cosmos de misterio en los ojos por el que orbitó mi razón. Verte cada día hizo que el tiempo recomenzara su marcha y ya no siguiera ahogándome en su propia arena. El tedio abandonó su rincón y la alegría asomó por la ventana como sutil aroma a rosas de eterna primavera. La luz irrumpió en esta casa, incluso por las noches había tanto brillo que las sombras huían alucinadas para esconderse tras el faldón de la soledad, y ésta se disolvía -como sal en la lluvia- lentamente.
Sabía que si caminaba de tu mano sería ir en círculos por una vereda que desaparecía a cada paso. No había un antes, y el después era incierto, sin embargo alcé la mano para alcanzarte y mi alma se fue contigo.
Arrancaste la maleza de tristeza de mi desolado jardín, sembraste sonrisas en mi rostro y voluntad en mis pies. Desde entonces el sol alumbró con total plenitud, y una gama de colores inundó mi ser. Nada pudo detener esta embestida de amor. El mundo se hizo tan pequeño que una gota de rocío bastaba para copar la distancia entre mi pasión y tu cuerpo. Y entendí que había nacido para vivir y morir por ti.
No creí volver amar con tal ímpetu, menos a alguien a quien poco conocí, pero te amé ¡Oh Dios, cuánto te amé! Supiste llenar cada sitio que estaba vacío, fuiste algodón que limpió viejas heridas, ungüento que cicatrizó el dolor, manantial de agua viva que me devolvió las fuerzas para seguir caminando.
Sólo quería amarte, velar tu sueño mil y una noches, ver envejecer nuestras manos a la tibieza de una serena hoguera. Pero esta cobardía no me permitió seguirte, abrir puertas, derrumbar muros y correr tras de ti. Dejé que tomaras el camino que te alejaría para siempre de mí y me conformé con verte partir. Llovía, y desde mi ventana intentaba ver tu imagen, pero ésta era cada vez más pequeña y amorfa. Giré la mirada ahogada en llanto. Aunque en mi pecho no había lugar para otra despedida, hubiera deseado que tus labios pronunciaran mi nombre una vez más. Pero no hubo palabra, ni un adiós, sólo silencios.
Tuya fui tras haber bebido de tu copa hasta el último sorbo. Con la pureza de mi corazón te vestí de amor, absorbí tu esencia y me perdí en tu embrujo. No se borrarán de mi cuerpo tus caricias, ni de mis labios tus besos, no habrá manera ni poder divino que te exilie de mi memoria, ni de mi alma. Nunca me olvidaré de ti.
Yo sólo quería amarte... y me conformé con verte partir.
© Lissette Flores López. Derechos Reservados.